lunes, 17 de diciembre de 2012

La lluvia de París

Lo que teníamos, sobre todo yo, que tardaba el triple, era una evaluación de Historia y una montaña de problemas de funciones y derivadas. Pero las dos aceptamos postergar aquel inconveniente. Yo asentí con la cabeza e Irene, que nunca se resigna a quedarse callada, observó:
-Después de un mes, claro que podemos sacar dos horas.
En ese instante apareció la camarera con mi té y el chocolate de Irene. Dirigiéndose a ella, dijo:
-Te he puesto unas pastas. Para que las mojes en el chocolate, si quieres.
La amabilidad de aquella mujer descolocó a Irene. Siempre he creído que toda su fiereza se puede venir abajo con una simple caricia. Silvia también pareció reparar en el detalle, y las dos cruzamos una mirada cargada de intención. Pese a todo lo que había cambiado en su aspecto, seguía siendo en el fondo ella: Silvia, la amiga con la que había pasado horas y horas y con la que había aprendido a conocer a Irene y todo lo demás.
La camarera terminó de servir y, sin apartar la vista de Irene, nos deseó.
-Que os aproveche.
Silvia siguió quieta y nos abrió la boca mientras yo echaba el azúcar en mi taza e Irene consideraba, con ciertas reservas, la posibilidad de tomar aquellas pastas. Mosdisqueó una, solo la punta, y decidió mojarla en el chocolate. Después de que se la llevara a la boca, Silvia anunció:
-Muy bien. Os lo contaré todo desde el principio. O mejor, desde donde lo dejé en mis cartas. Si consigo acordarme.

SILVA, Lorenzo (2011): La lluvia de París. Editorial Anaya, Espacio abieto; 85: Madrid. Páginas104-105.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Pastís de xocolata amb Hitler

El dinar era el millor moment del dia. Sempre hi havia postres delicioses: coca de poma, arròs amb llet, pastissos de melmelada, tot servir amb un munt de nata espessa i blanca. A casa, el menjar era racionat, com a tot arreu d'Alemanya. La mama explicava que els anglesos intentaven matar-nos de gana impedint que els vaixells amb aliments arribessin a Alemanya; per consegüent, tot el menjar del país s'havia de repartir equitativament per assegurar que tothom tingués alguna cosa per dur-se a la boca. El papa fins i tot havia anunciat per la ràdio que executarien aquell que mengés més de la ració que li pertocava. Era molt greu. Si no compartíem el menjar de manera equitativa, moririen alemanys. La mantega, la llet, els ous, la carn i la melmelada estaven racionats i només en donaven a cada persona una mica. A casa, la cuinera havia dividit la nevera en parts per tal que tots tinguéssim el nostre lloc on guardar les racions i assegurar que no ens menjàvem la dels altres. Ben mirat, no era just, perquè`a la Heide, la Hedda i la Holde els donaven més llet i ous perquè eren petites, i jo ho trobava injust perquè tenia una panxa molt més grossa per omplir.
Sigui com vulgui, semblava que ningú no havia avisat els Göring que els matarien si no s'ajustaven al racionament. Tenien provisions inesgotables de mantega, nata i llet de la seva granja, i un munt de coses més que nosaltres no havíem pogut menjar des de feia una eternitat, com ara plàtans, taronges, caramels i xocolatines. Jo no sabia d'on ho treien. Però vaig decidir aprofitar-ho i no sentir-me'n gaire culpable, perquè tampoc no podia portar la meva cullerada de nata als camperols, muntanya avall; i el menjar era l'únic al·lilcient a cals Göring.

Emma GRAIGIE: Pastís de xocolata amb Hitler. Editorial Estrella Polar, La Via Làctia: Barcelona. Pàg. 111-112.

jueves, 6 de diciembre de 2012

El desayuno es muy importante

A esa misma hora, en la cocina de la casa de Alexandra, su padre Julio estaba mojando una tostada con mantequilla y mermelada en el café con leche.
-¡Alexa, vamos, arriba, que llegas tarde! –gritó.
Julio se entretuvo en mordisquear sin ganas la tostada.
Por las mañana él no tenía hambre, pero se obligaba a tomar algo porque había leído que el desayuno era muy importante.
Volvió a mojar la tostada, y mientras la mermelada se escurría hacia la taza, él se apresuró a darle otro mordisco.

SANTIAGO, Roberto, ARMERO, Ángela (2012): Alexandra y las siete pruebas, Barcelona: Edebé, p. 69.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Misión Silverfin

-Deja que te vea bien -dijo, apartándolo un poco-. A ver qué te ha hecho esa horrible escuela.
James le sonrió e intentó no sonrojarse al verse examinado.
-Estás bien -decidió ella-. Aunque no te han alimentado mucho. Estás más seco que el palo de una escoba.
-La comida es horrible.
-Casi toda la comida inglesa es horrible, cariño. Tendrías suerte de encontrar un hotel de cinco estrellas donde fuera mejor. Te has acostumbrado a mi forma de cocinar, ¿sabes?
Charmian había viajado por todo el mundo y había recogido recetas e ingredientes en los muchos países que había visitado. En consecuencia, James había comido platos de pasta de Italia, curry de India, cuscús del norte de África, fideos de Singapur e incluso una vez había probado el pollo con chocolate de México, aunque este plato no había tenido mucho éxito. Por tanto no era sorprendente que la comida sosa y pastosa de Eton no le hiciera la boca agua precisamente.
-¿Recibiste mis paquetes? ¿Los pasteles y las galletas?
-Sí gracias, fueron de gran ayuda.

HIGSON, Charlie (2006): Misión Silverfin. Las aventuras del joven James Bond. Editorial Destino, Destino Infantil&Juvenil: Barcelona. Páginas 116-117.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Palabras envenenadas


Estoy tan nerviosa que no he visto Friends, una cita a la que no fallo nunca. En lugar de poner en marcha el DVD me he puesto a caminar en círculos como un león enjaulado. Es lo que soy. Un animal dentro de una jaula, encerrado, prisionero, en manos de un loco que me obliga a hacer cosas que no quiero, que luego, como premio, me da de comer de su mano, pero que cuando menos me lo espero saca el látigo y me azota sin mover una ceja, sin un ápice de compasión. Si me escapara, me dispararía con el placer de los sádicos. Como a una rata.
Abro la nevera y curiseo los tupperwares donde guardo la comida de días anteriores hasta que se pudre. Tengo prohibido tocarlos. Es una costumbre que me impuse hace años, después de vivir hambrienta. No sirve de mucho pero me da tranquilidad. Me dije que nunca más volveré a pasar hambre, como Escarlata O'Hara en aquella escena en la que levanta la cabeza y toma un puñado de tierra roja de Tara. Pero yo no fui tan fotogénica ni tan heroica, simplemente me privaba de los restos de comida, la clasificaba en pequeñas raciones y las guardaba como un tesoro. Abro un tupperware con hojas de ensalada y tomate y me los meto en la boca a puñados, a continuación abro otro con un trozo de pollo frío y me lo trago sin masticar. Quiero aplacar la desazón, borrar la angustia, pero en vez de saciarme cada vez tengo más hambre.
Durante estos tres años me había conseguido adiestrar, como a los leones, a fuerza de escamotearme el alimento. Descrubrió que era un arma poderosa y jugó con ella. Y lo que no habían podido los golpes lo pudo el hambre. Me tenía en ayunas, sufriendo, hasta que de pronto venía y me dejaba oler una comida apetitosa. Abría la puerta unos instantes y un aroma de pollo asado, insultante de tan delicioso, se colaba en el sótano y me daba en la nariz. Tener hambre y no poder comer es morir un poco cada minuto, cada segundo. El cuerpo me avisaba de que tenía que luchar para no desfallecer. Me miraba los brazos, cada vez más delgados, las piernas escuálidas, las costillas que se podían contar una a una y el vientre hundido entre los huesos de la pelvis. Me estaba convirtiendo en un esqueleto. Recordaba historias de náufragos que bebian sangre de sus compañeros, de soldados que comían vísceras de los muertos, de supervivientes en la nieve que se habían alimentado de cadáveres. Y no me extrañaba nada, porque el hambre era tan acuciante que cualquier cosa que la aplacase estaba permitida. Habría asesinado por un plato de macarrones.

CARRANZA, Maite (2010): Palabras envenenadas. Edebé, Premio Edebé de literatura juvenil: Barcelona. Páginas 152-153.

Para leer los dos primeros capítulos de la novela: CLICA AQUÍ.
Guía de la editorial EDEBÉ: PLAN LECTOR.
Guía realizada por Ascensión García Pallarés: CLICA AQUÍ.

viernes, 2 de noviembre de 2012

"Fue glorioso"



"Cogí todos loas atlas de Helmut y los abrí sobre el suelo. Cogí todos los compactos, los saqué de sus cajas y los fui dejando caer por los pasillos; unos caían por la parte donde no pasaba nada, otros, más o menos la mitad, por la parte destimada al rayo láser. Luego fui al frigorífico y conseguí diversas sustancias; miel, mermelada, mantequilla, queso cremoso, ketchup, mostaza, salsa tártara, leche condensada, cocacola light. Fui untando o derramando, según el caso, todos aquellos mejunjes sobre las páginas de los atlas de Helmut, y con lo que me sobró embadurné los discos compactos que habían caído con el lado sensible hacia arriba. Terminada mi tarea, me senté a esperar. Fue glorioso."

SILVA, Lorenzo (2012): El cazador del desierto, Madrid: Anaya, Espacio Abierto, 66, p. 152.

Un cumpleaños diferente

Vanesa
“En el cumple de Vanesa
no hay golosinas normales,
que los dulces con azúcar,
para ella, son fatales.

Ponen pinchos de tortilla,
lechuguita con tomates,
queso fresco, zanahorias,
avellanas, calamares…

Y los zumos que bebemos
son de frutas naturales”

PELLICER, M. Dolors (2012): Nombres con sabor a verso, Alzira: Algar, El Calcetín, 79, p. 68.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Andrea y Los Seiscientos

Carlos Solana Contreras (2009): La muchacha y el crrito de los helados
Helados...
Andrea los había visto por televisión, pero jamás los había probado. Ese era otro de los objetivos de su viaje: Comer helados por primera vez en su vida. Helados italianos, los mejores del mundo. Había imaginado mil veces su textura y tenía decidido desde hacía meses qué sabores pediría: mantecados y chocolate.
Localizó el quiosco de los helados mientras consideraba que el guitarrista de la orquesta. Sensación carecía por completo de sentido del ritmo. Alargaba innecesariamente algunos compases y sus compañeros sufrían lo indecible para seguirlo. Una calamidad. Y el peor no era él, sino el cantante. Se suponía que debía imitar a REnato Carosone, pero el resultado estaba a mitad de camino entre Torrebruno y Rita Pavone. Horrible. Horrible, horrible.

-Uno de mantecado y chocolate, por favor.
El dependiente del quiosco alzó en las manos dos barquillos de diferente tamaño.
-¿Pequeño o grande?
-Grande.
El hombre levantó la tapa metálica de la nevera, que tenía forma de cono con michelines, y hurgó en su interior.
Y entonces ella, la chica que acababa de pedir el helado, lentamente, giró la cabeza hasta que su mirada se encontró con la de Andrea, que se había acercado temerariamente a menos de diez pasos del quiosco de helados. Él, entonces, intentó esquivarla, pero no pudo. Trató de bajar la vista, pero se sintió incapaz.
Cuando el hombre colocó sobre el barquillo la bola de dos colores, a Andrea se le hizo la boca agua y el corazón, escarcha.
Tuvo que admitir que aquella era la chica más hermosa que había visto nunca. Y su mirada azul, la más demoledora que imaginarse pueda. Y también su sonrisa. Y la forma en que se llevó el helado a los labios.
Andrea nunca había sentido nada igual.
Todavía no sabía a qué sabía un helado, pero ahora ya sabía lo que era un flechazo.

Fernando LALANA y José María ALMÁRCEGUI (2021): Andrea y Los Seiscientos. Editorial Oxford, El árbol de la lectura; 39: Madrid. Páginas20-22.


Guía de lectura de la editorial Oxford: CLICA AQUÍ.

viernes, 26 de octubre de 2012


Era la hora del último refresco antes del anochecer, así que la terraza del viejo y centenario casino del pueblo estaba llena, no quedaba ni una mesa libre, ni una silla, ni un hueco. Los dos camareros resultaban insuficientes para cubrir la demanda y, además, uno de ellos era inexperto, eventual, contratado para el verano y la masiva asistencia de foráneos. Al pobre se le notaba mucho. Sudaba, tropezaba, rompía algún vaso de vez en cuando, se equivocaba en los pedidos, llevaba las cosas de una mesa a otra. Y la gente, en su mayoría jóvenes ociosos, no le facilitaban la vida. Más que ayudarlo, le complicaban lo que podían, lo confundían, haciéndole dudar.
[…]
Durante unos segundos no hablaron. Vanesa centró la atención en su vaso, al que solo le quedaba un sorbo de limonada. Lidia ya había apurado el suyo. Aurelia volvió a mirarlo a él.

SIERRA I FABRA, Jordi (2012): T/.Error, Madrid. Oxford, p. 1-2. (El árbol de la lectura, 46)

lunes, 22 de octubre de 2012

¡Un crumble de ciruelas!


Fuera la nieve crujió…
Mamá salió corriendo. El frío entró de golpe, al mismo tiempo que una ráfaga de nieve. Jeremy dejó caer su gran bolsa en el suelo para estrechar a mamá contra él, luego a papá y por último a la abuela, que casi se ahoga de risa cuando la levantó como si fuera una brizna de paja.
-Te has convertido en un muchacho muy guapo –dijo ella mirándolo de la cabeza a los pies-. Y el uniforme te sienta bien. ¡Me gustas más así que con esos pelos largos que te colgaban por todas partes! Antes no tenías estilo. Pero ahora…
¡Trece semanas esperando este momento!
-¿Qué tal, hermanito?
Me estrujó entre sus brazos a lo King Kong. Sin duda, había cambiado. Este Jeremy estaba duro y musculoso, tenía una constitución como nunca. Quizás hasta fuera capaz de vencer a un oso con las manos desnudas. Además, sus manos habían triplicado su volumen y casi parecían las de papá. Miró alrededor como para comprobar que nada había cambiado.
-¡Huele de miedo!
Dio una vuelta a la habitación y tocó su foto en el mueble antes de correr a abrir el horno.
-¡Un crumble de ciruelas! Mamá, eres genial.

PETIT, Xavier-Laurent (2011): Be safe. Editorial Oxford, El árbol de la lectura; 37: Madrid. Páginas 100-101.

Mermelada de mirtilos

Mel Antunes (2011): Mírtilos
- La segunDa cosa que debéis saber es que la mermelada fresca de mirtilos es lo mejor que se puede comer, no solo para desayunar, sino como acompañamiento para unas crêpes. Así que, ahora mismo, salid a donde os he dicho, ahí enfrente, coged estos cubos y traedlos llenos de mirtilos. Se os mancharán las manos de azul, pero no importa: la piel y vuestras uñas azules serán la prueba de que habéis disfrutado de una mañana de recolección de frutas en medio de la naturaleza. Como hacían los hombres primitivos de los que, en el fondo, no nos distinguimos tanto: tomaban lo que la naturaleza les daba para vivir y para disfrutar. Somos unos privilegiados.
Frau Adine puso dos cubos de plástico blanco en las manos de sus dos jóvenes amigos y los invitó a salir de la casa.
-Frau Adine –dijo Carolina.
-¿Sí?
-Ha dicho que había tres cosas que deberíamos saber. Y solo nos ha contado dos. ¿Cuál es la tercera?


ALCOLEA, Ana (2010): La sonrisa perdida de Paolo Malatesta. Editorial Oxford, El árbol de la lectura; 6: Madrid. Páginas 153-154.

ACTIVIDADES SOBRE LA LECTURA: PROPUESTAS DE LA EDITORIAL

Blog de la autora: CLICA AQUÍ.

miércoles, 17 de octubre de 2012

La habitación del pan

Esa tarde olía a pan: pan dorado, de miga esponjosa y corteza crujiente; pan tan tierno que se deshacía en la boca dispuesto a saciar el hambre. El pan arenoso y negro, el pan de pobres, desapareció del obrador llevándose la angustia y dureza de los tiempos que corrían. Cuando, más adelante, Josep le explicó el significado de la expresión “pan de ansias”, la memoria de Ramón viajaría de golpe a esa tarde julo. El “pan de ansias” era un pan pequeño que ofrecían los novios en la ceremonia de la iglesia como símbolo de un momento irrepetible.
[…]
Dibujó la artesa, la mesa donde se amasaba, el horno, los sacos de harina, las palas de meter y sacar el pan del horno, el tirabrasas, la espátula, el recipiente de la levadura y el cepillo de barrer la harina; también los panes, colocados en las paneras, las tortas de encima del mostrador, el saco de los mendrugos, los moldes de papel de las magdalenas, los cuencos del azúcar y la sal, los saquitos de almendras y piñones, las hueveras…
[…]
Reanudaron la conversación interrumpida por la visita de la muchacha, pero esta vez el pan (el pan, ¡cómo no!) también tuvo algo que ver: Roser cortó unas rebanadas, las regó con vino y las espolvoreó con azúcar moreno; entonces, Josep (un poco suelto por el vino y el calor) les contó más cosas de la muerte.
-Una vez estuve en un funeral en Banyoles. La familia, bastante acomodada, por cierto, vivía en una masía del S. XVI; me enseñaron una estancia a la que denominaban “la habitación del pan”. Al abrir la puerta me envolvió un olor impresionante: había allí más de un centenar de hogazas de kilo, colocadas en anaqueles de mimbre; eran para repartirlas entre los asistentes al duelo, una para cada uno. “¡Hay que cumplir las tradiciones hasta en los malos tiempos!”, me dijeron.
Ramón se imaginó la habitación llena de pan y pensó que más de uno iría al entierro por la hogaza, no por decir el último adiós al difunto. Y dejó vagar la imaginación en tanto Josep, achispado por el vino y el azúcar, proseguía con su relato sobre el pan de ánimas, el pan de ángel, el pan de munición y otras muchas curiosidades que el dibujante no se molestó en memorizar.

CABEZA, Anna (2010): Un día de trigo, Madrid, Bambú, pp. 69-75.

martes, 16 de octubre de 2012

Era esgarrifós

El restaurant era tranquil, de música de fons hi havia un disc de Natacha Atlas a un volum molt baix, feia la impressió que ens murmurava a cau d`orella. Els cambrers anaven ben vestits i parlaven fluix. M`ha semblat que m`havien fet entrar al paradís per una porta secreta. Però quan he vist la carta he pensat que si al paradís tenen els mateixos preus, no hi deu haver gaire gent de casa nostra. Era esgarrifós. Hi havia plats de deu, quinze o fins i tot vint dòlars. I no eren tan sols plats sofisticats, sinó coses que la meva mare fa els dies normals. Xai rostit, albergínies amb carn, hummus. En fi, crec que en aquell restaurant, el que pagues és una cosa que no és a la carta, però que surt molt cara: la Sensació de Ser en Un Altre Lloc, acompanyada de verduretes tranquil·les i salsa serena.

ZENATTI, Valérie (2011): Una ampolla al mar de Gaza, Barcelona, Cruïlla, pàg. 133.

domingo, 14 de octubre de 2012

Cena con el emir de Córdoba

Más que compartir la mesa, la invitación del emir Mohammad era para compartir la sala de la comida. Sirvieron al emir en su estrado, junto con el gran visir, y el resto de invitados sobre almohadones alrededor de pequeñas mesas redondas con capacidad para dos o tres comensales, que se distribuyeron por la sala, colocadas de manera que ninguno de los invitados diera la espalda al emir.
Comieron las aceitunas y las almendras a las tan aficionados eran los árabes, y después cordero asado, con arroz y especias. También sirvieron un vino oscuro y fuerte, pese a los normas del profeta. Sentados los dos cristianos junto a un funcionario de la corte, Gonzalo hizo honor a todos los platos con el apetito de la juventud, mientras Dulcidio jugaba con su comida y bebía sediento vaso tras vaso de agua con zumo de limón.
Pasaron entre las mesas copas rebosantes de sorbetes hechos con nieve de la sierra batida con azúcar y menta. Aunque ya no era verano, en todas las calles de Córdoba, los vendedores pregonaban aquellos refrescos hechos con zumos azucarados de distintas frutas y la nieve que los aguadores traían de las montañas, siempre se agradecía el fresco sabor como final de una comida muy condimentada.
Gonzalo tomó su copa de plata grabada con el signo del emir y la acercó a sus labios.
Dulcidio hizo un gesto negativo a su compañero. Cogió la copa de vino aún sin probar que tenía en la mesa y su voz resonó fuerte en la sala.
-Los cristianos acostumbramos a beber a la salud de nuestros señores. Permitid, emir, que os desee que Dios os conceda largos años de salud, paz entre los Estados y buen gobierno.
-¡Lo permita Alá! –exclamaron los otros comensales.

MOLINA, Mª Isabel (2007): El vuelo de las cigüeñas, Zaragoza: Luis Vives, Alandar, 88. pp. 93-94.

viernes, 5 de octubre de 2012

Robinson contado por las alimañas

Se puso de pie y miró alrededor. Recorrió la playa de un extremo a otro dando muestras de pesadumbre: revolvié1ndose los cabellos y agitando los brazos.
- ¡Sin nada que comer! -murmuró inquieto-. Voy a morirme de hambre.
¿Morirse de hambre en nuestra isla? Me pregunté si estaba ciego, mas el que no sabe es como el que no ve. Junto a la playa crecían palmeras, árboles y arbustos cargados de frutos sabrosos: cocos, dulces caimitos, guayabas, buritis de palmera, piñas, dicuris de cocotero, açaís y rojas pitangas, castañas de sapucaia y cientos más de las muchas frutas que nuestra selva de la Mata Atlántica ofrece a quien tiene hambre. Incluso los frutos de la macaúba son comestibles o eso cuentan.
Eso cuentan pues yo de todo esto nada como, las hierbas no me gustan. Con todo, una vez que estaba descompuesto, comí guayaba para curar la diarrea y me supo bien. Pero una vez curado, seguí con mi dieta de... bien, ya sabéis lo que comemos los tigres.
Sin embargo Tinga, no siendo capaz de distinguir estos frutos o creyendo que todos eran venenosos, se conformó con beber un poco de agua de un arroyuelo que desembocaba en la playa y mascar un bocado de tabaco. Después subió a un caimito y, rodeado de frutos, se preparó a dormir, tan hambriento que sus tripas rugían. Era como si un tigre se echase a dormir en medio de una camada de ratones y ardillas diciendo que no tenía nada que comer. Absurdo, como tantas acciones de él que más tarde habrían de sorprenderme. Por el momento, como estaba cayendo la noche, entré en la selva, pues debía buscarme la cena. Tanto pensar en lo que podía comer Tinga me había causado una enorme gazuza.

ALEIXANDRE, Marilar (2011): Robinson contado por las alimañas. Editorial Oxford, El árbol de la lectura. Serie infantil; 39: Madrid. Páginas 23-25.

Ficha de la editorial Oxford: CLICA AQUÍ.
Cuaderno de desarrollo lector: CLICA AQUÍ.

martes, 25 de septiembre de 2012

Un àpat singular


Un camarero con turbante se acercó a la mesa empujando un carrito con los platos que la tía Ágata había pedido: pollo adobado en yogur, cordero picado con garam masala, surtido de verduras en harina de coco, pescado frito crujiente con salsa de soja y jengibre, arroz en tres estilos diferentes, patatas fritas, leche, queso, galletas saladas, rodajas de tomate, pepino, kiwi y zumo de mandarina recién exprimido. Ágata dijo al camarero que también necesitaba café bien fuerte.
Mina echó una ojeada al restaurante. La decoración estaba cuidada hasta el más mínimo detalle. La comida era abundante y estaba exquisita.

MARTÍNEZ, Javier (2012): Mina San Telmo y el museo maldito, Barcelona: Edebé, pág. 183.

viernes, 25 de mayo de 2012

Jamás había probado un desayuno tan bueno


El olor a chocolate y a pan tostado lo llevó directamente al comedor. Sus padres, sus nuevos amigos y otras personas estaban sentados alrededor de una mesa larga, cubierta con un mantel de cuadros rojos y blancos, mientras Maika y otra mujer se encargaban de servirles. Ocupó una silla vacía en una esquina de la mesa, respondió afirmativamente a la pregunta de si había dormido bien y untó con mantequilla una rebanada de pan tostado antes de introducirla en un tazón de líquido humeante. En casa casi nunca desayunaba, a pesar de que había oído decir cientos de veces a su padre que el desayuno era la comida más importante del día y que era preciso desayunar bien para enfrentarse con ánimo a la jornada laboral. Un vaso de cacao frío y, a veces, un par de galletas o una magdalena de bolsa era lo máximo que tomaba. No tenía tiempo que perder, pero en aquella casona las cosas eran distintas, y jamás había probado un desayuno tan bueno.

MARTÍNEZ DE LEZEA, Toti (2011): Muerte en El Priorato, Madrid: Alfaguara, pp. 38-39

domingo, 20 de mayo de 2012

El ocupante

Cuando regresó a casa, tras visitar a Nuria, los padres no habían llegado, ni tampoco su hermano pequeño. Se sentó en el sofá del comedor pensando qué hacer. Se le ocurrió preparar la cena, alguna cosa sencilla, pan con  tomate y tortilla francesa, por ejemplo, y un poco de ensalada para acompañar. Aquel gesto servicial haría feliz a su madre. Pondría la mesa. Cenaría con ellos y, entre plato y plato, les recordaría la promesa de una semana atrás: que esta noche le iban a dejar salir con los amigos del insti. Eso era un buen plan. Miró la hora en el reloj. Los padres debían de haber ido de tiendas, o a visitar a Pablo. Todavía tardarían un rato. Tenía tiempo de preparar la ensalada y el pan con tomate y dejar batidos los huevos de la primera tortilla para echarlos al fuego justo cuando oyera la llave en la cerradura. Sí, era un buen plan.
Cuando ya estaba en la cocina y buscaba los ingredientes en la nevera para preparar la ensalada, sonó el timbre de la puerta. Alberto fue a abrir con un par de tomates verdes en la mano.
- Nos volvemos a ver, chaval -saludó el policía.
Alberto sintió que desfallecía. Otra vez aquel hombre... y en su casa.

ÀNGEL BURGAS (2010): El ocupante. Editorial Oxford, El árbol de la lectura: Madrid. Páginas 204-205.
Actividades de la editorial: CLICA AQUÍ.
Ficha S.O.L.
Página personal del autor: ÀNGEL BURGAS.
Las ciudades fantásticas de Jacek Yerka
En aquell moment, la mare de l'Elwen va entrar al menjador amb una safata plena de menjar. La deliciosa aroma dels canelons els va obrir la gana i en Niko va desitjar que la fam que de sobte4 havia notat també assatgés els seus amics i els fes ajornar la lliçó per una estona.
Però l'Eldwen va colpejar amb la mà la superfìcie de la taula i va reflexionar en veu alta:
- Sembla molt sòlida, oi? Com ha dit la Quiona, el àtoms són els maons que construeixen la matèria. Però, encara que et costi de creure, els àtoms són formats majoritàriament per espai buit. Imagina-t'ho: si l'àtom tingués la mida d'un estadi de futbol, el nucli seria com una pilota de ping-pong al centre del camp i els electrons serien uns quants punts minúsculs corrent per les grades. La resta és buida. Malgrat que el que veus sembli sòlid, hi ha més forats que formatge...
- Per això t'has fumat de lloros -es va mofar la Quiona mentre es menjava un caneló.
- Pot ser que aquests canelons siguin buits, com dieu, però són bestials! -digué en Niko, una mica mosquejat pel recordatori de la seva ridícula escena. La fada era increïblement guapa, però tenia unes maneres de setciències que...

SÒNIA FERNÁNDEZ-VIDAL (2011): La porta dels tres panys. Editorial La Galera: Barcelona. Pàgines 66-67.

Informació de l'editorial: CLIQUEU-HI.





domingo, 13 de mayo de 2012

Operación Beowulf

Mariona Cabassa (2002): Cuento para contar mientras se come un huevo
Eran las siete de la mañana del miércoles y Laura y David desayunaban en la gran cocina de la mansión Phillips. La luz de aquel día de mayo penetraba con fuerza por la gran ventana arrancando reflejos dorados de los recipientes y utensilios que colgaban de las paredes. El aparato de radio estaba encendido y sintonizado con la BBC. Un locutor leía el último parte de guerra y alertaba a la población de la presencia de espías enemigos (una advertencia de lo más oportuna, como Laura sabía muy bien). Luego sonó el "Dios salve al Rey". De no ser por la cháchara bélica que brotaba del aparato de radio, a Laura le habría resultado fácil imaginar que aquella era una escena recuperada de su infancia. Los deliciosos olores, las vajillas de porcelana de su madre reluciendo en los aparadores, la primavera inglesa restallando en el jardín, justo al otro lado de la ventana, la familiar imagen de Martha (algo más canosa, algo más encorvada) atareada en los fogones... todas eran imágenes tan familiares que, si entornaba los ojos y dejaba vagar su imaginación, la muchacha podría llegar a creer que volvía a tener diez años. La infancia había quedado muy atrás y era necesario tomar decisiones de adulto si es que querían tener alguna posibilidad de librar a la familia de David de las garras de los nazis.Y a ese propósito, a tomar decisiones y trazar planes, habían dedicado buena parte de la noche. Entre ambos apenas sumaban cinco horas de sueño, pero ninguno de los dos se sentía fatigado. La madrugada los había sorprendido discutiendo el plan de acción para el día siguiente, ahora que estaban seguros de dónde debían buscar la tumba. O por lo menos Laura lo estaba, aunque David no podía evitar mostrase escéptico.
- No sé qué decirte, Laura. Te repito que he explorado esa zona de los túneles. Walbrook, está en el corazón de la City, a dos pasos del Banco de Inglaterra. Lo cierto es que no se me ocurrió que las ruinas del templo de Mitra pudieran tener relación con la tumba de nuestro guerrero. Pero no hallé nada significativo en ese sector del laberinto. Y tus conclusiones me siguen pareciendo un tanto forzadas. Aunque reconozco que es lo único que tenemos.
Laura lo miró desde detrás de un suculento plato de huevos con beicon que Martha acababa de servirle. Después de tantos meses de guerra y racionamiento, la muchacha había llegado a pensar que los huevos con baicon habían desaparecido de la faz de la tierra. Sin embargo, allí estaban, junto a una cesta repleta de rebanadas de pan blanco y fragante, mantequilla fresca y una gran taza de café. Laura no comprendía cómo se las había arreglado para vivir lejos de Martha durante estos últimos años. La gruñona y adorable Martha.
- Tal vez no buscaste con suficiente detenimiento, David. Al fin y al cabo no sabías que ese era el sitio exacto.
- Bueno, tampoco tú lo sabes, solo lo supones.
- No lo supongo. Estoy segura -dijo Laura con cierta dificultad mientras masticaba un trozo de pan que previamente había hundido en la adorable yema de uno de los huevos.
Martha le dirigió una mirada de censura por comer y hablar a la vez, igual que habría hecho quince años atrás en circunstancias similares.
- ¿Cómo puedes estarlo? Son solo conjeturas.
Laura sonrió y se llevó el dedo índice a la nariz.
- Olfato de arqueóloga, tú mismo lo dijiste. Ahora termina el desayuno. Se hace tarde y tenemos que recoger varias cosas que nos harán falta.

ELOY M. CEBRIÁN (2010): Operación Beowulf. Editorial Oxford, El árbol de la lectura: Madrid. Páginas 165-168.

viernes, 11 de mayo de 2012

El día que nació el trigo

Laimonas Šmergelis
El sol posa sus rayos
en los campos de trigo.
La niña cubre de oro
los pliegues del vestido.
¡Qué hermosa está la niña
con sus rayos dormidos!
¡Que nadie los despierte!
Algunos se han movido.
¡Qué hermosa está la niña
con el rostro tranquilo!
¡Qué bien le sienta el oro!
¡Y qué precioso el trigo!
ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO (2011): Cuentos y poemas para un mes cualquiera. Editorial Oxford, Col. El árbol de la lectura: Barcelona. Página 65.

El día que nació el trigo

Trigridia era una niña muy hermosa, una niña tan y tan hermosa, que cuando ella salía de casa el mismo sol se ocultaba detrás de las nubes para no tener que competir con sus dorados cabellos.
Una mañana se alejó del pueblo para dar un paseo, y se apartó tanto que llegó a un enorme campo de tierra yerma lleno de plantas salvajes, situado en un altiplano entre las montañas. Debido al esfuerzo, se sentó allí a descansar. Reclinó la cabeza junto a unas matas y, tras cerrar los ojos, se quedó dormida. Profundamente dormida.
Pues aquella planta era una adormidera.
La tierra, enamorada, al darse cuenta de la circunstancia, se apoderó de Trigridia. Primero la cubrió con briznas y hojas, después hizo que el viento arremolinara la maleza para ocultarla, finalmente se la tragó enterrándola bajo una fina capa de piedras y polvo.
Durante días, los padres de Trigridia y todo el pueblo la buscaron sin éxito. Durante noches, la tierra envolvió más y más el cuerpo de la niña. Así pasó el tiempo, llegaron las lluvias, y con ellas la primavera.
La tierra, enamorada, feliz, quiso que todos supieran lo dichosa que se sentía.
Entonces floreció en el campo la primera espiga dorada.
Una espiga con el color del cabello de Trigridia, su esbeltez, su hermosura, el brillo de sus ojos, la magia de su forma apuntando al cielo y la fuerza de su sonrisa, pues las espigas formaban medias lunas con los lados disparados hacia lo alto.
No fue la única espiga. En los días siguientes nacieron más y más, cientos, miles, como un canto de la tierra por el amor que sentía, hasta que todo el campo fue como un océano dorado que se movía al compás del viento formando olas armónicas.
Una mañana, una oruga se paseó por el rostro de Trigridia y ella, debido al cosquilleo, estornudó y abrió los ojos. Fue su despertar. Apartó la tierra que la cubría y se levantó sin apenas recordar nada. Después echó a correr y regresó al pueblo, donde ya todos la daban por desaparecida. Cuando contó lo sucedido, todos fueron al campo muy enfadados, pero allí se encontraron con aquel océano de oro.
Ni siquiera sabían qué era.
- Perdón -les dijo entonces la tierra-. Solo quería tener un poco de sol en mi interior.
Trigridia la acarició. Se cortó un mechón de cabello y lo enterró allí mismo, donde había estado dormida. Le prometió regresar al comienzo de cada estación, para hablarle y jugar con ella.
Los hombres llamaron trigridias a aquellas espigas, más tarde trigrias, y finalmente trigo.
Aunque eso sucedió hace cientos de años.

JORDI SIERRA I FABRA (2011): Cuentos y poemas para un mes cualquiera. Editorial Oxford, Col. El árbol de la lectura: Barcelona. Páginas 66-68.

jueves, 3 de mayo de 2012

Explosión de vida

"Las pintorescas tiendas de flores exhibían apretados ramos silvestres, rosas de todos los colores y unas calas de un exótico tono azul que no había visto nunca; el escaparate de una pastelería mostraba montones de dulces de hojaldre y unos panes grandes y redondos de aspecto crujiente; los puestos de fruta de la calle vendían manzanas, plátanos y peras de todas clases por piezas.
Irene pidió una pera japonesa, que le envolvieron en papel marrón. Le fue dando bocados mientras se maravillaba ante la cantidad de gente con la que se iban cruzando aquella mañana”.


CARMONA, Rocío (2011): La gramática del amor. Barcelona, La Galera, pp. 119-120.

viernes, 27 de abril de 2012

El beso del Sahara

Entré en el cuarto en penumbra. Oí una voz que me invitaba a pasar.
Saludé con todo el respeto, porque la voz era la de un anciano. Me quité los zapatos y los dejé en la estera.
Poco a poco mi vista se fue acostumbrando a la oscuridad. El anciano estaba recostado sobre el brazo izquierdo en un rincón.
Entonces me senté enfrente de él, aceptando su invitación.
Agotadas las fórmulas de saludo, yo me quedé en silencio, esperando. El anciano miró hacia la puerta y unos segundos más tarde entró el joven negro con un brasero encendido en una mano y la bandeja del té en la otra.
-Eres Rachid Azargi -afirmó, cuando el joven salió de la habitación.
-Sí.
-Yo soy Hammad uld Salah uld Fadel.
Fadel... aquel nombre resonaba en mi mente, con ecos de la vieja historia de mi pueblo. Pero no sabía dónde colocarlo exactamente
El anciano sonrió en la penumbra y comenzó a preparar el té. Mientras lo hacía me dijo que un mes antes habíamos estado a punto de quedarnos sin té en los campamentos. Los europeos que nos ayudaban no entendían, calculadora en mano, para qué queríamos tanto té y tanto azúcar.
-Consumíamos más té que los ingleses y más azúcar que ningún otro pueblo europeo.
Se reía con suavidad, con una mezcla de desprecio y comprensión.
-Nuestra gente les dijo que habría una revolución si nos quitaban el té o el azúcar. La dulce guerra santa. 

MOURE, Gonzalo (2011): El beso del Sahara. Editorial SM, Los libros de Gonzalo, 2: Madrid. Páginas 74-75.
Lidia N. (2007): Jaima

Actividades: Editorial SM

Allà on els arbres canten

Très riches heures, del duc de Berry (1410-1489), dels germans Limbourg
Aquella nit havien preparat un enorme porc rostit que tenia gairebé la grandària d'un senglar. L'havien farcit i decorat amb una guarnició de pomes, que desprenia una olor dolçastra deliciosa. Era el plat favorit d'en Holdar.
Estava acabant de daurar-se al forn quan un dels guàrdies va entrar per la porta que donava al pati. Al seu darrere hi havia una dona vestida amb parracs, envoltada de criatures. La Viana els va comptar: eren sis, el més petit de tots era un nadó. Estaven ben xops i tremolaven de fred.
- Han vingut a demanar les sobralles -va dir el guàrdia amb brusquedat-. Doneu-los una mica de sopa i que fumin el camp.
Un dels costums dels nobles de Nòrtia consistia a compartir una mica del seu menjar amb els pagesos més pobres del domini. Solia fer-se sobretot en les gran celebracionsn perquè sempre sobrava menjar per repartir, i normalment era la dama del castell qui se n'encarregava. La Viana ho havia fet quan vivia amb el seu pare, però en Holdar no veia amb bons ulls aquella pràctica. No era cap secret que els bàrbars menyspreaven els medicaments i tot aquell qui no podia guanar-se el pa per si mateix.
Amb el temps, en Holdar havia permès que la Viana obrís les portes de Torrespina als necessitats, amb la condició que només se'ls donés aliments bàsics: alguns crostons de pa, un tros de formatge, potser un plat de sopa clara. Però res de carn, que estava reservada als homes de veritat, als guerrers. La carn alimentava no només els seus cossos poderosos, sinó també la seva ferotgia en la batalla. No valia la pena malbaratar-la en éssers febles que no lluitarien.
La Viana va sospirar; va manar que els fessin lloc a la vora del foc i que els servessin sopa a tots. Després es va asseure a taula amb ells, perquè l'aspecte desemparat de la dona l'havia commogut profundament.

GALLEGO, Laura (2011): Allà on els arbres canten. Editorial Cruïlla: Barcelona. Pàgines 105-106.

martes, 3 de abril de 2012

Sobre la nieve

Ilustración de Elena Fernández

Denis Denisko (2009): Ukrainian stalker in search of anomalies

Sobre la nieve
De dos en dos
Huellas de cuervos
Sol mi re do
Sobre la nieve
De dos en dos
Pentagrama breve
Sol mi re do
Bajo la nieve
De dos en dos
Raíces y bulbos
Sol mi re do
Bajo la nieve
Dime si no
Primavera duerme
Sol mi re do

Berta Piñán (2010): Arroz, agua y maíz. Editorial Pintar. Oviedo


jueves, 22 de marzo de 2012

El mercat de Rissani

Enmig de l'infinit espai del desert silent, el mercat de Rissani colpeix pel contrast. Trànsit caòtic, clàxons que no paren, gent pertot, rucs carregats fins a les orelles, un paisatge que els darrers dies havia oblidat. Dono la mà a l'Omar a la manera americana. Fins sempre company.. Saltem de la camioneta i ens endinsen en aquell univers dels sentits. La Sony no para. Sort que vaig carregar bé les bateries abans de sortir d'Erfoud.
És el mercat més gran de la zona, darrer vestigi de l'antic esplendor de quan les caravanes que creuaven el Sàhara entraven al Magrib per aquí. Les millors espècies, els tes més aromàtics, les teles més lluents i acolorides, els animals més nobles i les pedres més precioses es venien aquí. Era el primer port, el millor. Les coses han canviat molt, és clar. Les mercaderies de més valor estan en mans de companyies multinacionals o de màfies. Però el mercat continua tenint una intensa vida. Tot es compra i tot es ven. Pots i cassoles, vestits i teles, verdures i fruita, bicicletes i ciclomotors. Passejar-hi és fer un diccionari de tots els objectes del món. Els queviures són en parades escampades en una gran esplanada. Les eines, la maquinària, els cistellers i els llauners tenen botigues en una zona porxada. El bestiar d'engreix és en un espai on hi ha corrals habilitats, tot i que les bèsties campen a la seva. Tothom passeja damunt dels excrements dels animals, sense preocupar-se'n gaire. A hores d'ara, jo tampoc. Les botigues de roba i teixits i les barberies ocupen els minúsculs locals comercials que hi ha als baixos dels edificis de la part nova de la ciutat, que limita amb el mercat. La gent discuteix a crits el preu de les coses, les dones carreguen bosses amb el menjar de la família, hi ha homes que prenen el te i fan el cigarret als taulets dels bars que hi ha pertot. El mecànic repara una bicicleta al carrer, enmig d'una estesa de ferros més o menys rovellats que em fa dubtar seriosament que estiguin capacitats per circular pels camins de la regió. El fuster passa el ribot d'una porta d'armari. Mai no havia vist un fuster treballant amb eines manuals. Prenc imatges sense parar.

VALLBONA, Rafael (2011): Camins damunt les dunes. Editorial La Galera: Barcelona. Pàgines 112-114.
Igicerny (2010): Rissani
Sobre el mercat de Rissani: El blog del viajero.

martes, 20 de marzo de 2012

Pizza andaluza

“Ahora, todo el protagonismo es de las niñas. Bajo la supervisión de su abuela, sacan del horno –apagado hace una hora- una gran bandeja plateada. Contiene una masa plana y tostada, difícil de identificar. Tal vez pizza, quizá empanada, o pan dulce para tomar con aceite y tacos de queso… Las gemelas dejan la bandeja sobre la mesa, observan con expresión triunfal a su sorprendido padre, trocean la torta y la sirven en porciones desiguales, como hacía su madre. El muchacho y su padre son los primeros en probar la novedad.
-¡Está buenísimo! –reconoce Nacho.
-¿Dónde habéis comprado esto? –pregunta el padre.
Las gemelas se ríen, miran a su abuela y explican que ella les ha enseñado, esta tarde, una antigua receta andaluza. Primero han hervido agua en una cazuela Después la han llenado con los mendrugos de pan duro que suelen tirarse y que la abuela guarda siempre. Sobre el pan empapado se cascan dos huevos, y todo es machucado y revuelto a conciencia. La pasta resultante es sazonada con sal, pimienta y tomillo. Se agrega cebolla picada y se mete en el horno. Cuando alcanza el dorado oportuno, la nueva pasta es rociada con salsa de tomate, aceite de oliva y un chorrito de café cargado.
-¿Te gusta, papá?
-Creo que la abuela ha inventado una pizza mejor que la italiana.
-No, papá. Esta torta se comía en Sevilla después de la guerra, cuando la gente era pobre y había cartillas de razonamiento.
-¿En serio?
-Sí, papá. Fueron los soldados italianos, los que vinieron a la guerra de España. Quienes copiaron la receta y la llamaron pizza.

AYLLÓN, José Ramón (2009): Otoño azul, Madrid, Bambú, pp. 64-65

El aroma de los membrillos



Aunque, no sé por qué, lo mejor que recuerdo es la fragancia de los membrillos. Al fondo de la huerta había dos membrillos. Ahora solamente queda uno, porque el otro se secó. Siempre estaban cargados de frutos enormes, que durante el mes de septiembre se volvían de color del oro. Me encantaba tocarlos, con aquel terciopelo suave que te hacía cosquillas en la palma de la mano cuando los acariciabas. Una vez probé uno. Pensaba que tendría un sabor semejante a las peras o a las manzanas, pero estaba duro y tenía un sabor áspero y amargo; tuve que dejarlo así, mordisqueado, y esconderlo entre las hierbas que había cerca del melocotonero, para que no me riñesen por estropear la fruta.
Un día, a finales de septiembre, mamá Raquel anunció que iba a hacer membrillo y le pidió a mi madre que la ayudase. Mamá abandonó por un día la máquina de escribir y se puso a trabajar con la abuela. Yo estuve con ellas, mientras el abuelo atendía a Daniel. En los días anteriores la abuela había ido recogiendo los membrillos, que ahora estaban en una cesta grande. Después, en la cocina, comenzaron el proceso. Ahora ya sé cómo se hace, porque lo he visto preparar en varias ocasiones, incluso ayudé a la abuela el año pasado. Pero en aquella ocasión asistí fascinada a aquel ritual que tanto me atraía.
En primer lugar frotaban los membrillos con un paño blanco, para quitarles la pelusa, después los pelaban como si fuesen patatas, y los cortaban a cuartos. Y esos trozos los ponían a cocer en una cazuela, hasta que se ablandaban y tomaban un color amarillo fuerte, como el que tienen ahora mis ojos. Después colocaban esos trozos encima de la mesa, cubierta con un paño blanco, hasta que se secaban y se enfriaban. Seguidamente venía el trabajo más duro, porque había que triturar todo aquello con el pasapurés, venga vueltas y más vueltas, hasta dejarlo convertido en una espesa pasta, que se iba echando en otra cazuela.
A continuación mi abuela añadía mucho azúcar, ponía la cazuela a hervir y se pasaba toda la tarde dale que te dale, revolviendo aquella pasta que hacía chup-chup como si fuera el caldero de la bruja de los cuentos, hasta que todo se mezclaba muy bien y tomaban un color dorado, de miel, mientras la casa entera se llenaba con el intenso olor que conservo tan dentro de mí.
Cogíamos después grandes tazas de loza, aquí dejaban que yo las ayudara, las íbamos llenando hasta el borde y las tapábamos con papel blanco de seda. Luego mamá Raquel las ponía a enfriar en los peldaños de la escalera que subía al piso de arriba. Durante las noches siguientes, cuando me iba a acostar, pisaba lentamente los peldaños de la escalera, porque me gustaba cerrar los ojos y respirar aquella fragancia intensa e inolvidable.

FERNÁNDEZ PAZ, Agustín (1994): Trece años de Blanca, Barcelona, Edebé, pp. 35-36.

Més informació sobre el codonyat

miércoles, 14 de marzo de 2012

Arroz, agua y maíz: Soy maíz...


Ilustración de Elena Fernández
Adelfo Martínez (2007): Tortillas
Soy maíz, soy la mazorca,
tengo manos de simiente,
mi piel es sal de la tierra,
mis dedos son la pendiente.
Soy el surco del arado
que va labrando la sierra,
soy la tortita en la mesa,
soy el trabajo y la hierba,
los campos, la muchedumbre,
soy quien te quita las penas.
Soy maíz, soy la mazorca,
tengo manos de simiente,
mi pies es sal de la tierra,
mis dedos son la pendiente.
 Berta Piñán y Elena Fernández: Arroz, agua y maíz. Editorial Pintar


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

ENGRANDEIX EL TEXT